Desde entonces, estos animales se han
caracterizado por poseer una armadura peculiar que les ha permitido sortear a
una buena parte de sus depredadores, con el simple hecho de encerrarse en ella.
Esta armadura está formada dorsalmente por el carapacho y ventralmente por el plastrón, firmemente unidos uno al
otro por medio de los puentes. La concha está constituida por placas óseas,
arregladas en forma de mosaico, que por arriba forman una bóveda, generalmente
cubierta por escudos córneos. Esta coraza tiene dos aberturas, una en la parte
de adelante, por donde salen la cabeza y los miembros anteriores, y otra atrás
y hacia abajo, por donde salen la cola y los miembros posteriores. Existen
dudas sobre el valor evolutivo de la concha, ya que es una pesada armadura que
resta velocidad a los movimientos del animal, disminuyendo sus aptitudes
cuando, por ejemplo, persigue a sus presas o quiere huir rápidamente de algún
peligro.
El hecho de poseer una protección
efectiva de los órganos vitales y al mismo tiempo llevar a cuestas un peso
excesivo ha conferido a las tortugas una actitud defensiva, no de ataque, que
les ha proporcionado más ventajas que problemas; ha sido un "pasaje
seguro" a través de las eras geológicas que les ha permitido sobrevivir a
sus compañeros en el tiempo y llegar a nuestros días en tal abundancia, que no
hay duda de su éxito evolutivo. Sin embargo, paradójicamente, el hombre se está
encargando de poner en desequilibrio en unas cuantas décadas esta lenta labor
constructiva de la naturaleza, amenazando cada día con extinguir mayor número
de especies.
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